De la LV Muestra Internacional de
Cine:
"Tú eres mi Stradivarius". El instrumento del genio, genial y luminosa, memoria vivísima: la actriz Liv Ullman, el cineasta Ingmar Bergman. Cinco décadas de admiración que es amor que es dolor que es amistad que es amor. Doce películas creadas juntos -fragmentos elocuentes en asombrosa edición- que son la pauta de un magistral mediometraje documental: el mismo tono, el mismo ritmo, la fuga a los mismos paisajes grandilocuentes y tan cerrados, películas que se revelan entrañablemente -dolorosamente- cargadas de historia personal.
Berberian Sound Studio (Berberian Sound Studio), de Peter Strickland (Reino Unido, 2012).
La producción del audio de una película de terror que ES la película de terror. La elocuencia de los sonidos -el prodigio de su creación- que hace innecesarias a las imágenes para anticipar la historia ("este tipo puede hacer un OVNI con un foco"). El grito perfecto como el Santo Grial: maravillosos actores y actrices, screamers radiofónicos, siempre en big shot, siempre en el sepia de la luz artificial. La genial inexpresividad de Jones/Gilderoy, el tal vez falso final con la pantalla en blanco abduciendo la silueta del insoportable e indispensable productor, en el límite de la autoparodia de un filme clase B. Una película que será entrañable para todos quienes vivieron tantas horas en un estudio de grabación y edición.
De la LIV Muestra Internacional de Cine:
Amor (Amour), de Michael Haneke
(Austria-Alemania-Francia, 2012).
Amor. Ella se desliza a la demencia, al deterioro físico total, y él sólo puede acompañarla, cuidarla, soportarla. Desconcierto e impotencia (él) frente a un rostro (ella) a ratos embellecido por una fugaz sonrisa, las ganas intactas de jugar y de cantar, de escuchar historias para ignorar el dolor, el miedo a la muerte. Dos octogenarios unidos por el oficio de la música, un largo camino juntos que ahora se quiebra. Amor: él logra sonreir, ella lo ilumina con su mirada, roza su mano. Amor: él cede a la fuerza de la vida que termina, y la acompaña en un abrazo definitivo. Amor: ella retorna fantasmal y al final del trajín en la cocina lo hace ponerse el abrigo para perderse en la calle, una noche eterna que no puede comprender la hija abandonada en el centro de una sala para siempre silenciosa. Amor.
Palma de Oro en el Festival de Cine de Cannes 2012, Premio Fipresci en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián.
La caza (Jagten), de Thomas Vinterberg (Dinamarca-Suecia, 2012).
Los niños siempre dicen la verdad. No: lo que dicen los niños construye la realidad. La inocencia perversa de una niña, ignorada por sus padres, celosa del maestro en el jardín de niños porque no juega con ella. Una frase incidental escuchada de su hermano adolescente y que ella en su enojo repite, desata la histeria de todo un pequeño pueblo rural: todos quieren creer en un abuso sexual, una historia que crece como un virus, aunque la niña insiste en que “fue una tontería, yo no quería que sucediera esto”. Si quieres creer algo, por orgullo -por cobardía- tienes que seguir creyendo, aunque sepas que no es verdad. Al final, aunque exonerado, él sabe que es una presa de caza ahora, el próximo año, el resto de su vida.
Premio a mejor actor (Mads Mikkelsen, “Lucas”) en el Festival de Cine de Cannes 2012.
Amor. Ella se desliza a la demencia, al deterioro físico total, y él sólo puede acompañarla, cuidarla, soportarla. Desconcierto e impotencia (él) frente a un rostro (ella) a ratos embellecido por una fugaz sonrisa, las ganas intactas de jugar y de cantar, de escuchar historias para ignorar el dolor, el miedo a la muerte. Dos octogenarios unidos por el oficio de la música, un largo camino juntos que ahora se quiebra. Amor: él logra sonreir, ella lo ilumina con su mirada, roza su mano. Amor: él cede a la fuerza de la vida que termina, y la acompaña en un abrazo definitivo. Amor: ella retorna fantasmal y al final del trajín en la cocina lo hace ponerse el abrigo para perderse en la calle, una noche eterna que no puede comprender la hija abandonada en el centro de una sala para siempre silenciosa. Amor.
Palma de Oro en el Festival de Cine de Cannes 2012, Premio Fipresci en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián.
La caza (Jagten), de Thomas Vinterberg (Dinamarca-Suecia, 2012).
Los niños siempre dicen la verdad. No: lo que dicen los niños construye la realidad. La inocencia perversa de una niña, ignorada por sus padres, celosa del maestro en el jardín de niños porque no juega con ella. Una frase incidental escuchada de su hermano adolescente y que ella en su enojo repite, desata la histeria de todo un pequeño pueblo rural: todos quieren creer en un abuso sexual, una historia que crece como un virus, aunque la niña insiste en que “fue una tontería, yo no quería que sucediera esto”. Si quieres creer algo, por orgullo -por cobardía- tienes que seguir creyendo, aunque sepas que no es verdad. Al final, aunque exonerado, él sabe que es una presa de caza ahora, el próximo año, el resto de su vida.
Premio a mejor actor (Mads Mikkelsen, “Lucas”) en el Festival de Cine de Cannes 2012.
Gebo y la sombra (O Gebo e a sombra), de Manoel de Oliveira (Portugal-Francia, 2012).
Un ejercicio de longevidad creativa.
Manoel de Oliveira ha cumplido 104 años. Otro genio que no se
permitió envejecer. Una sencilla historia atemporal de amor a la familia y apego a los
principios, una opresiva teatralización en sepia que es un prodigio
de iluminación: pintura impresionista sobre la pantalla. Personajes
sencillos atrapados en una vida mezquina, un triángulo vital construido con
las piadosas mentiras del padre, el eterno llanto de la madre, la
desolada espera de la nuera. Noches entregadas a pláticas vacuas,
interminables cuentas de dinero ajeno con el que sólo se puede
soñar. Y la lluvia incesante, y el frío insoportable, y esta
noche que no termina...
Cosmópolis (Cosmopolis), de David Cronenberg (Francia-Canadá-Portugal-Italia, 2012).
El tedio del joven millonario encapsulado en su hiperconectada limusina, blindada a los golpes y al ruido de la calle, como “Crash” desde el lado interior de la destrucción. El lento tránsito con destino incierto a través de una ciudad cualquiera, en conmoción por las fluctuaciones del yuan que en una jornada evapora fortunas. El juego que todos juegan y que nadie gana: tecnología, dinero, sexo, tedio, que pronto se resuelve en la omnipresencia de las armas y la tentación de la muerte, propia y ajena. La protesta juvenil como deporte extremo, que sólo vale si la registran los paparazzi. La neurótica entrega en la trampa del neurótico asesino que sólo quería que lo salvara de la invisibilidad social. Sublime diálogo de David Cronenberg con la novela de Don DeLillo. Una fantasía retrofuturista en la que los diálogos avanzan más rápido que la realidad, anclada en espacios siempre sofocantes. Por decirlo de alguna manera.
César debe morir (Cesare deve morire), de Paolo y Vittorio Taviani (Italia, 2011).
Cuando descubrí el arte, esta celda se convirtió en prisión, dice Cosimo Rega al regresar a su encierro en la cárcel de máxima seguridad Rebibbia de Roma, luego del estreno de esta versión libérrima del "Julio César" de Shakespeare: el asesinato del tirano por sus amigos para salvar el poder imperial de Roma. Densos 75 minutos desde un magistral blanco y negro, con profusos big shots y una poderosa banda sonora, que les bastan a los Taviani para documentar el casting, los ensayos, la puesta en escena de un clásico del teatro, con una decena de intensísimos actores que se improvisan y se rehacen desde su propia experiencia delincuencial y carcelaria. La cumbre de esta Muestra.
Oso de Oro en el Festival Internacional de Cine de Berlín Berlinale 2012, Premios David di Donatello a mejor película, dirección, producción, edición y sonido de la Academia del Cine Italiano 2012.
Cosmópolis (Cosmopolis), de David Cronenberg (Francia-Canadá-Portugal-Italia, 2012).
El tedio del joven millonario encapsulado en su hiperconectada limusina, blindada a los golpes y al ruido de la calle, como “Crash” desde el lado interior de la destrucción. El lento tránsito con destino incierto a través de una ciudad cualquiera, en conmoción por las fluctuaciones del yuan que en una jornada evapora fortunas. El juego que todos juegan y que nadie gana: tecnología, dinero, sexo, tedio, que pronto se resuelve en la omnipresencia de las armas y la tentación de la muerte, propia y ajena. La protesta juvenil como deporte extremo, que sólo vale si la registran los paparazzi. La neurótica entrega en la trampa del neurótico asesino que sólo quería que lo salvara de la invisibilidad social. Sublime diálogo de David Cronenberg con la novela de Don DeLillo. Una fantasía retrofuturista en la que los diálogos avanzan más rápido que la realidad, anclada en espacios siempre sofocantes. Por decirlo de alguna manera.
César debe morir (Cesare deve morire), de Paolo y Vittorio Taviani (Italia, 2011).
Cuando descubrí el arte, esta celda se convirtió en prisión, dice Cosimo Rega al regresar a su encierro en la cárcel de máxima seguridad Rebibbia de Roma, luego del estreno de esta versión libérrima del "Julio César" de Shakespeare: el asesinato del tirano por sus amigos para salvar el poder imperial de Roma. Densos 75 minutos desde un magistral blanco y negro, con profusos big shots y una poderosa banda sonora, que les bastan a los Taviani para documentar el casting, los ensayos, la puesta en escena de un clásico del teatro, con una decena de intensísimos actores que se improvisan y se rehacen desde su propia experiencia delincuencial y carcelaria. La cumbre de esta Muestra.
Oso de Oro en el Festival Internacional de Cine de Berlín Berlinale 2012, Premios David di Donatello a mejor película, dirección, producción, edición y sonido de la Academia del Cine Italiano 2012.
De la LIII Muestra
Internacional de Cine:
En un mundo mejor (Haevnen), de Susanne Bier.
¿El médico sin fronteras en un campamento de refugiados africanos definidos por la violencia, héroe blanco que enfrenta solo a un “señor de la guerra” para demostrar a su hijo 10 mil kilómetros distante que sí es un hombre con valor? ¿La violencia escolar nada inocente, que se expresa al otro lado del mundo con esos negros siempre en guerra que acuchillan a mujeres embarazadas para sustentar la apuesta sobre el sexo del nonato? ¿El niño que odia a quienes se dan por vencidos, que culpa a su padre porque no cumplió la promesa de que su madre se recuperaría del cáncer y porque le mentía al asegurarle que ella no sentía dolor? ¿La reconciliación matrimonial catalizada por el heroísmo del niño nerd, el inexpresivo niño odiador salvado del vértigo del suicidio que nunca sonríe pero finalmente llora porque extraña a su mami? Temas extraviados en un final feliz que le gustó a la “Academia” de Hollywood y le dio el Oscar a la mejor película extranjera. Película de autobús.
En un mundo mejor (Haevnen), de Susanne Bier.
¿El médico sin fronteras en un campamento de refugiados africanos definidos por la violencia, héroe blanco que enfrenta solo a un “señor de la guerra” para demostrar a su hijo 10 mil kilómetros distante que sí es un hombre con valor? ¿La violencia escolar nada inocente, que se expresa al otro lado del mundo con esos negros siempre en guerra que acuchillan a mujeres embarazadas para sustentar la apuesta sobre el sexo del nonato? ¿El niño que odia a quienes se dan por vencidos, que culpa a su padre porque no cumplió la promesa de que su madre se recuperaría del cáncer y porque le mentía al asegurarle que ella no sentía dolor? ¿La reconciliación matrimonial catalizada por el heroísmo del niño nerd, el inexpresivo niño odiador salvado del vértigo del suicidio que nunca sonríe pero finalmente llora porque extraña a su mami? Temas extraviados en un final feliz que le gustó a la “Academia” de Hollywood y le dio el Oscar a la mejor película extranjera. Película de autobús.
Confesiones en el diván (Mahler auf der couch), de Percy y Felix Adlon.
La majestuosa música de Gustav Mahler acompaña toda la historia: la pérdida del “punto central” -el adulterio de su muy joven esposa- del gran compositor alemán del anterior cambio de siglos, y el desconcierto desde la culpa reprimida que lo lleva a procurar un todavía balbuceante pero ya elocuente psicoanálisis con Sigmund Freud en Insbruck. Alma Malher, también compositora aunque no genial (“hubiera querido descubrirlo yo misma”), absorbida y alterada por la locura alrededor del maestro que todo lo impregna: “eres mi dios... ya soy parte de tu música, seguiré creciendo en ella, nada podrá separarme de ella”. Imágenes de romanticismo concentrado, paisajes abiertos al azoro del infinito, colores intensos pero crepusculares que prefiguran al impresionismo, ritmo contenido por los magistrales movimientos de la cámara, un excelente guión y una asombrosa edición. Magnífica.
El puerto de la esperanza (Le Havre), de Aki Kaurismäki.
Una historia sencilla de gente sencilla. Una sencilla historia de amor. Una historia sencilla que muestra cabos sueltos hacia otras historias sencillas, ocultas tras la plácida fachada de una vida cotidiana de barrio. Una historia incrustada, que no importa: un niño africano llega clandestino en un contenedor al puerto de Havre y quiere seguir a Londres para encontrarse con su madre; un bolero, viejo pero nunca vencido, con la complicidad de sus vecinos -la panadera, el verdulero, la cantinera, otro bolero vietnamita- y a pesar de la previsible mezquindad de otros, por fin lo pone con rumbo al otro lado del mar. Todo eso sobra. Una historia sencilla que vale porque da paso a un entrañable ambiente anacrónico, una inmersión apenas perceptible en la nouvelle vague que se convierte en inesperado homenaje al cine francés de los años 60, una historia en sepia. Premio de la Crítica Internacional en Cannes 2011. Una película rara.
El chico de la bicicleta (Le gamín au vélo), de Jean-Pierre y Luc Dardenne.
Pierde fuerza muy al principio y tiene un final mocho, lástima de tema: la paternidad ausente. La desesperada violencia de un niño impunemente abandonado por su padre, que además vende su bibicleta, presentada como su gran recurso de movilidad y libertad. El inexplicado compromiso de una también muy joven peluquera que de pronto ya es su madre sustituta. El previsible contacto con el dealer del barrio que dirige una banda de niños asaltantes. El anticlimático encuentro con el padre a quien el niño ofrece el dinero de su primer robo. La lenta huída hacia un horizonte cercanísimo y torpemente dibujado. Gran Premio del Jurado en Cannes 2011. Prescindible.
Había una vez en Anatolia (Bir Zamanlar Anadolu’da), de Nuri Bilge Ceylan.
Exterior. Noche. Desolados paisajes sólo alterados por las lejanas luces de un convoy policiaco que conduce al fatigadísimo asesino -y su fantasmal cómplice- que no recuerda el sitio donde enterraron el cadáver de su amigo. Diálogos triviales que se extienden por la noche plenilunar. La angelical aparición de una joven bellísima. "Podrías contarlo como un cuento de hadas", dice casual uno de los personajes. Una tensión dramática que se genera dentro de la película pero prende del otro lado de la pantalla, en la mirada del espectador. Un asombroso trabajo de iluminación. Los sonidos del campo nocturno como única música. Minuto 80. Exterior. Día. De hecho se inicia otra película: un juego de alusiones que entretejen una trama en el reverso de la historia. Fin súbito. Gran Premio del Jurado en Cannes 2011. Extraordinaria.
Fausto (Faust) de Aleksandr Sokúrov.
El principio es perturbador, y marca el tono: un cadáver sacado de su tumba es desgarrado para alimentar los conocimientos del Doctor Fausto, intelectual agobiado por el tedio y la necesidad de dinero, que de pronto se encuentra negociando con el Diablo pequeñas satisfacciones hasta escalar al deseo de una noche entera con una joven de extraña belleza. Una película grotesta, estridente, repulsiva, en una atmósfera medieval que (casi) apesta. Actuaciones increíbles. Con una majestuosa música wagneriana. El final de la tetralogía de Sokúrov sobre los grandes mitos es una majestuosa recreación del Fausto de Goethe, sobre la entrega de su alma y su fuga hacia la nada. León de Oro en la Mostra de Venecia 2011. Maravillosa.
Indiferencia (Detachment), de Tony Kaye.
Lo mejor de la Muestra. La podredumbre de la sociedad norteamericana que se incuba en sus escuelas. Estudiantes que sólo esperan escapar de ahí para continuarse en el fracaso o desvanecerse en el suicidio. Padres que sólo aparecen a gritos. La indiferencia de los maestros construída como un cinismo defensivo, desde una derrota vital que no termina de aceptarse. Héroes silenciosos que portan su propio caos y estallarán en el momento menos esperado. Un piano pianísimo conteniendo toda la historia, con la complicidad de un cello tristísimo. Escena final: la lectura de "La Casa Usher" de Poe entre las ruinas de un salón vacío. Una bofetada.
Elena (Yelena), de Andréi Zviáguintsev.
Será que estaba de plano distraído, pero me parece que la película terminó sin haberse iniciado. Una idea que nunca despega y termina en la nada: el millonario que se casa con su enfermera, que con su pensión mantiene a la familia de su huevón hijo; el millonario que muere de un infarto y ha decidido heredarlo todo a su irresponsable y desamorosa hija, y su esposa enfermera que oculta su testamento manuscrito y muda con ella a la familia de su huevón hijo. Premio Especial del Jurado en Una Cierta Mirada de Cannes 2011. ¿De veras estaba tan distraído?
La majestuosa música de Gustav Mahler acompaña toda la historia: la pérdida del “punto central” -el adulterio de su muy joven esposa- del gran compositor alemán del anterior cambio de siglos, y el desconcierto desde la culpa reprimida que lo lleva a procurar un todavía balbuceante pero ya elocuente psicoanálisis con Sigmund Freud en Insbruck. Alma Malher, también compositora aunque no genial (“hubiera querido descubrirlo yo misma”), absorbida y alterada por la locura alrededor del maestro que todo lo impregna: “eres mi dios... ya soy parte de tu música, seguiré creciendo en ella, nada podrá separarme de ella”. Imágenes de romanticismo concentrado, paisajes abiertos al azoro del infinito, colores intensos pero crepusculares que prefiguran al impresionismo, ritmo contenido por los magistrales movimientos de la cámara, un excelente guión y una asombrosa edición. Magnífica.
El puerto de la esperanza (Le Havre), de Aki Kaurismäki.
Una historia sencilla de gente sencilla. Una sencilla historia de amor. Una historia sencilla que muestra cabos sueltos hacia otras historias sencillas, ocultas tras la plácida fachada de una vida cotidiana de barrio. Una historia incrustada, que no importa: un niño africano llega clandestino en un contenedor al puerto de Havre y quiere seguir a Londres para encontrarse con su madre; un bolero, viejo pero nunca vencido, con la complicidad de sus vecinos -la panadera, el verdulero, la cantinera, otro bolero vietnamita- y a pesar de la previsible mezquindad de otros, por fin lo pone con rumbo al otro lado del mar. Todo eso sobra. Una historia sencilla que vale porque da paso a un entrañable ambiente anacrónico, una inmersión apenas perceptible en la nouvelle vague que se convierte en inesperado homenaje al cine francés de los años 60, una historia en sepia. Premio de la Crítica Internacional en Cannes 2011. Una película rara.
El chico de la bicicleta (Le gamín au vélo), de Jean-Pierre y Luc Dardenne.
Pierde fuerza muy al principio y tiene un final mocho, lástima de tema: la paternidad ausente. La desesperada violencia de un niño impunemente abandonado por su padre, que además vende su bibicleta, presentada como su gran recurso de movilidad y libertad. El inexplicado compromiso de una también muy joven peluquera que de pronto ya es su madre sustituta. El previsible contacto con el dealer del barrio que dirige una banda de niños asaltantes. El anticlimático encuentro con el padre a quien el niño ofrece el dinero de su primer robo. La lenta huída hacia un horizonte cercanísimo y torpemente dibujado. Gran Premio del Jurado en Cannes 2011. Prescindible.
Había una vez en Anatolia (Bir Zamanlar Anadolu’da), de Nuri Bilge Ceylan.
Exterior. Noche. Desolados paisajes sólo alterados por las lejanas luces de un convoy policiaco que conduce al fatigadísimo asesino -y su fantasmal cómplice- que no recuerda el sitio donde enterraron el cadáver de su amigo. Diálogos triviales que se extienden por la noche plenilunar. La angelical aparición de una joven bellísima. "Podrías contarlo como un cuento de hadas", dice casual uno de los personajes. Una tensión dramática que se genera dentro de la película pero prende del otro lado de la pantalla, en la mirada del espectador. Un asombroso trabajo de iluminación. Los sonidos del campo nocturno como única música. Minuto 80. Exterior. Día. De hecho se inicia otra película: un juego de alusiones que entretejen una trama en el reverso de la historia. Fin súbito. Gran Premio del Jurado en Cannes 2011. Extraordinaria.
Fausto (Faust) de Aleksandr Sokúrov.
El principio es perturbador, y marca el tono: un cadáver sacado de su tumba es desgarrado para alimentar los conocimientos del Doctor Fausto, intelectual agobiado por el tedio y la necesidad de dinero, que de pronto se encuentra negociando con el Diablo pequeñas satisfacciones hasta escalar al deseo de una noche entera con una joven de extraña belleza. Una película grotesta, estridente, repulsiva, en una atmósfera medieval que (casi) apesta. Actuaciones increíbles. Con una majestuosa música wagneriana. El final de la tetralogía de Sokúrov sobre los grandes mitos es una majestuosa recreación del Fausto de Goethe, sobre la entrega de su alma y su fuga hacia la nada. León de Oro en la Mostra de Venecia 2011. Maravillosa.
Indiferencia (Detachment), de Tony Kaye.
Lo mejor de la Muestra. La podredumbre de la sociedad norteamericana que se incuba en sus escuelas. Estudiantes que sólo esperan escapar de ahí para continuarse en el fracaso o desvanecerse en el suicidio. Padres que sólo aparecen a gritos. La indiferencia de los maestros construída como un cinismo defensivo, desde una derrota vital que no termina de aceptarse. Héroes silenciosos que portan su propio caos y estallarán en el momento menos esperado. Un piano pianísimo conteniendo toda la historia, con la complicidad de un cello tristísimo. Escena final: la lectura de "La Casa Usher" de Poe entre las ruinas de un salón vacío. Una bofetada.
Elena (Yelena), de Andréi Zviáguintsev.
Será que estaba de plano distraído, pero me parece que la película terminó sin haberse iniciado. Una idea que nunca despega y termina en la nada: el millonario que se casa con su enfermera, que con su pensión mantiene a la familia de su huevón hijo; el millonario que muere de un infarto y ha decidido heredarlo todo a su irresponsable y desamorosa hija, y su esposa enfermera que oculta su testamento manuscrito y muda con ella a la familia de su huevón hijo. Premio Especial del Jurado en Una Cierta Mirada de Cannes 2011. ¿De veras estaba tan distraído?